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viernes, 27 de febrero de 2009

esta historia la envio Aldo de Argentina


Ay, amor

Lea el título dejando que el suspiro enamorado se escape de su boca. O diga ay, así como si se escapara sangre por la herida de un amor perdido. Ay, amor; con la cansada complicidad que dan los años compartidos. Ay, con la añoranza de lo que todavía no se ha conocido. Ay, amor, con el miedo que da la certeza de que todo pero todo puede ser arrasado por su potencia. Lea el título como quiera o como pueda, pero sobre todo lea las historias que siguen. Y si se escapa un lagrimón, que sea en honor de San Valentín.

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Aldo y Claudio, juntos hace casi tres años. Fotos: Sebastián Freire

A pesar de que la única luz en la sala era el resplandor de la película sobre las butacas vacías, y de que el avance furtivo de uno sobre el otro los terminó arrastrando al cubículo de un baño en donde ni por un segundo repararon en las frases que otros habían escrito en la madera cuarteada junto a números telefónicos y nombres propios que no eran sino excitadas contraseñas; a pesar de que no se habían dicho sus nombres y de que algo de la urgencia que en lo oscuro entrelazaba genitales los había acompañado a ese lugar en donde un tubo fluorescente que funcionaba mal les permitía ahora mirarse a los ojos y saber que se gustaban, uno le dijo al otro: "Yo vengo acá a buscar el amor de mi vida".

Entonces Claudio, que estaba casado y que vivía en Santa Fe, y que había venido a Buenos Aires a un congreso de ginecología, tragó saliva, cerró los ojos y recibió de Aldo su primer beso. Pero no el primer beso que esos dos muchachos se daban esa noche en esa fortaleza en que circunstancialmente se había convertido ese cubículo de un baño cuya sordidez no escapaba a las generales de la ley de cualquier cine porno, sino el primer beso que él le daba a un hombre. A un hombre que un segundo antes había tenido la enternecedora desfachatez de hablarle de amor en un lugar como ése. "Me pareció raro, me causó gracia, pero no le hice ningún comentario. Y también fue raro que lo dejara besarme. Si bien no era la primera vez que iba a un cine porno, ya que hacía más de un año que había empezado a sentir deseos hacia el mismo sexo, aunque siempre que me querían dar un beso les corría la cara. Es más, ni siquiera hablaba en esos lugares. Para mí todo era muy fugaz, muy impersonal, y lo único que hacía era ver, a veces tocar, pero no terminaba de sentirme parte de esa sexualidad porque creía que, en mi caso, era algo pasajero. De hecho, cuando me casé yo no fantaseaba con hombres. Con mi mujer estuvimos cinco años casados y durante los primeros tres yo estaba completamente seguro de lo que sentía. Hasta que lo conocí a Aldo y ahí fue que cambió todo."

Los dos revuelven el café que se han servido en la mesa del living, casi el único mobiliario del departamento al que acaban de mudarse en el barrio de Caballito. Y cuando Claudio cuenta que aquella noche de mayo de 2006, cuando salieron del cine, fueron a un hotel a hacer lo que no habían hecho en ese baño, Aldo salta y lo corrige: "A un telo fuimos. Llamemos a las cosas por su nombre". Antes, Claudio había iniciado el relato diciendo que había sido "en un lugar gay" donde se habían conocido. "¿Un lugar gay? ¿Pero qué tipo de lugar? ¿Una discoteca?" "Un lugar gay...", repite, ante una pregunta que no se sospecha indiscreta pero que su rictus de incomodidad así la pone en evidencia. Pero Aldo, que parece más desprejuiciado, y que en un momento dado trae de la habitación una carpeta que en realidad es un álbum de recuerdos en el que han ido juntando papelitos escritos en bares, entradas de cine, pasajes de ómnibus y hasta el envoltorio de un preservativo, no tarda en despejar el pudoroso eufemismo. "Encontrar el amor en un cine porno es muy significativo. Cuando me crucé con Claudio, antes de que se planteara la situación de tener sexo express, como se acostumbra en ese tipo de lugares, le dije: 'No, pará. No vayamos tan rápido'. Entonces salimos y caminamos un montón, desde Suipacha y Corrientes hasta Combate de los Pozos y México, donde quedaba el telo. Un trecho en el que tuvimos tiempo hasta de arrepentirnos."

Era la noche de un lunes, y una cena en una pizzería fue lo que le siguió a un encuentro sexual que para los dos fue por demás apasionado. Y acaso por los nervios que aún no se habían disipado del todo y por los recelos obvios de hombre casado, Claudio le había dado a Aldo un celular que no era el suyo y hasta le había dicho que se llamaba Lisandro. Habían quedado en encontrarse dos días después a la salida de un teatro, a una hora determinada, y la confiada certidumbre de que Aldo iría comenzó a desvanecerse cuando ya habían pasado dos horas y Claudio todavía lo seguía esperando. "Durante todo el día yo había tratado de contactarlo para decirle que no iba a poder ir, pero me saltaba que el número no correspondía a un abonado en servicio. Entonces nunca le pude avisar, no fui y nunca nos encontramos. Y para colmo de males él tampoco tenía mi teléfono, porque circunstancialmente yo estaba sin celular. Después de todo, él era un tipo casado y vivía en Santa Fe, ¿qué ilusiones me iba a hacer yo con un hombre casado?"

Al término del congreso, Claudio volvió a Santa Fe, deprimido por no saber qué hacer para contactar a Aldo. Y fue tal el impacto que éste le había producido, que a partir de allí decidió dejar de tener relaciones con su mujer justificando su bajón con cuestiones laborales. "Sabía que se llamaba Aldo Fernández y que vivía en Valentín Alsina. Y si bien antes de irme de Buenos Aires busqué y rebusqué en la guía telefónica y llamé a varios de los ochenta mil Fernández que figuraban, me fui sin saber nada de él y totalmente deprimido. Me había hecho mucha ilusión de volver a verlo, y ese fin de semana me lo pasé maquinando cómo hacer para encontrarlo. Y ahí fue que se me ocurrió la idea de contratar un detective."

Con los pocos datos que tenía (estaba al tanto, además, de que Aldo trabajaba en una editorial en la calle Florida y que estudiaba comunicación social en la UBA), Claudio llamó a una agencia de investigación privada creyendo jugarse así una última carta. "Pero mirá que estos datos son poco concretos... Fernández hay miles", dice que le dijo el detective, quien para su enorme sorpresa lo llamó una semana después para informarle que creía haber localizado al susodicho. "Cuando me llamó, estaba medio dormido y no me acordaba quién era", comenta Aldo. "Hola, ¿Aldo? Soy Lisandro." "¿Quién?" "Lisandro..." "Perdoname, pero no me doy cuenta quién sos..." "Ah, bueno, si no te acordás, no importa. Lo dejamos así, no hay problema." "¡No, pará! Estaba dormido. Dejame pensar un poco." Entonces se acordó y le sobrevino el susto. "No entendía cómo había conseguido mi teléfono y pensé que podía ser un loco. Me empecé a preguntar qué querría conmigo y me imaginé un montón de cosas. Para colmo era la época de lo secuestros. Le pregunté cómo había conseguido mi número y al principio no me quería decir, pero cuando me dijo que había contratado un detective me pareció re tierno. Eso no quitó que yo tuviera mis reparos ante su insistencia de volver a vernos. De hecho, cuando vino a Buenos Aires, todos mis amigos me decían: '¡No vayas, no vayas! Está enfermo'."

La noche en que se volvieron a ver Aldo cuenta que Claudio estaba muy lindo, vestido con un saco sport y una bufanda de colores. Y que después de cenar fueron al mismo telo de la primera vez, y que esa fue la primera vez en que un hombre se aventuró adentro suyo. "La relación ahí comenzó a ser formal, y yo a los quince días viajé a Santa Fe. Claudio se separó en septiembre de su mujer y para entonces ya estábamos enamorados. El 18 de junio van a ser tres años que estamos juntos... Qué rápido que pasa el tiempo, ¿no? Si hasta parece mentira."


Saludos!

A todas y todos

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Aldo Darío Fernández
Asesor Técnico, REDLACTRANS
+(54) 11-5032-6335
Callao 339 5º Piso
CABA, Argentina
asesoriaredlactrans@gmail.com

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