
Docente travesti pide apoyo legal para cirugia de reasignacion sexual
Por Mariana Otero – Cordoba (La Voz del Interior)
Marcos Giordano, que dirige del Ipem 315 de San Francisco, pidió apoyo legal a la UEPC para una operación de adecuación de sexo. El diagnóstico psicológico recomienda una cirugía “urgente”. La demanda ingresaría en Tribunales a mediados de abril. La docente reclama ayuda y contención y denuncia discriminació n laboral y social.
Detesta tanto los espejos como la miopía de la gente que la discrimina. En su casa no hay nada que permita reflejar su imagen ambigua de mujer dentro del cuerpo de un hombre, su rostro de señora, su figura afeminada, sus senos pequeños, sus genitales de varón, su tristeza infinita. Hace cinco años que Giordano (41) dejó de ser la transexual anónimo que lloraba su pena en soledad, para pasar a ser por concurso directora de la escuela pública Ipem 315 de San Francisco, a más de 200 kilómetros de la Capital provincial.
Al sufrimiento personal por la mala pasada que le jugó la genética, desde entonces (aunque también mucho antes) tuvo que sumarle la mirada de sus alumnos, de sus colegas, de los padres.
A los prejuicios, a la incomprensión de quienes confunden un homosexual con una travesti o una transexual, Giordano les contrapone la iniciativa de un debate público. ¿Puede un director de escuela someterse a una cirugía de adecuación de sexo como lo hizo “Nati”, la adolescente de Villa Dolores, que el año pasado se operó en La Plata? ¿Es posible, sin que estalle el escándalo?
A ella eso poco le importa y, pese a que se siente vulnerable y angustiada, está dispuesta a dar pelea. Tiene una historia traumática, un diagnóstico psicológico de “disforia de género” o síndrome de Harry Benjamin –que recomienda una “urgente” cirugía de adecuación de sexo– y atraviesa, en crisis, la barrera psicológica de los 40 años.
“Me siento mujer y soy varón. Si tengo que salir, ¿a dónde voy? ¿A un boliche gay? No puedo, no me siento con contención y mi autoestima se desploma. Sé que no soy una mujer completa, sé que tampoco podré tener hijos, pero necesito mirarme en el espejo y ver lo que yo siento; y hoy no veo lo que siento”, explica.
Dice que sueña con ser “Verónica”, nombre que escogió por la figura de aquella mujer que, hace dos mil años, secó con un sudario el rostro ensangrentado de Jesús en su Vía Crucis.
Es ambigua hasta cuando habla. Se nombra como mujer y, al instante, como varón. Se presenta con una camisola naranja y una cartera verde en la que guarda un peine y una pinza de depilar, mientras esconde en una bolsa la remera unisex con la que concurrió a la escuela.
“Toda mi vida fue una tortura en relación con cuestiones de la masculinidad; por eso la comprendo a ‘Nati’”, cuenta en un discurso prolijo y contundente. Luego describe los padecimientos de su vida privada: su traumática y tardía iniciación sexual, la aparición de los vellos, los insultos, los intentos de autoagredirse y el desprecio familiar.
“Jamás me acosté con una mujer; para mí una mujer es una amiga. No podría tener un hijo ni siquiera por inseminación artificial, porque me estarían sacando espermatozoides y yo me siento mujer”, remarca, para que se comprenda que jamás traicionará sus ideales y sus convicciones.
“Siempre va a existir el dolor de no ser una mujer completa y tener hijos. Lo primero que haría después de operarme sería anotarme para adoptar. Me gustan los chicos”, dice, e imagina tiempos mejores.
Búsqueda de auxilio. En noviembre del año pasado, Giordano se acercó a la sede capitalina de la Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba (UEPC) para pedir el asesoramiento de un letrado. Su sueldo de docente, y algunas deudas no deseadas, son hoy un grave obstáculo para afrontar el juicio que le podría dar vía libre a la cirugía de adecuación sexual.
Concurrió a la oficina de Derechos Humanos y Minorías, donde fue bien recibida y solicitó un abogado y contención emocional y psicológica. Asegura que le prometieron muchas cosas: respaldo institucional y la redacción de la demanda. “Me dijeron que para febrero yo tendría la demanda de transexualidad instalada en la Justicia, pero tengo 41 años y mi problema (reconocido por la Organización Mundial de la Salud) necesita una resolución urgente. Estamos a mediados de marzo y no puedo esperar más”, apunta, en un tramo de la charla de tres horas.
Oficialmente, la UEPC no quiso opinar del caso Giordano (aunque trascendió que no habría un apoyo institucional sino “humano” a su persona). No obstante, el diagnóstico realizado por un perito psicólogo del gremio confirmó su transexualidad. “Lo único masculino que encontró en mí fue que me soplo fuerte la nariz”, graficó.
Además, un abogado vinculado con el sindicato, pero de manera autónoma, redacta el escrito judicial que ingresaría en Tribunales a mediados de abril. El abogado, que pidió el anonimato, manifestó que el caso no es sencillo y adelantó que la fundamentació n se basa en un antecedente con fallo favorable en Mar del Plata, en 2001.
Sensaciones de ahogo. Giordano se siente discriminada en muchos sitios. En particular, en la escuela. Asegura, en este sentido, que existe un complot dentro de la institución para desplazarla. Denuncia sugestivas insinuaciones para que dé un paso al costado.
“Me siento acorralada por el sistema, a nivel político e institucional” , asegura, y sostiene que la situación se agravó en los últimos días.
Según ella misma, no sólo su transexualidad molesta sino su forma de gestionar la escuela –estricta, pero “maternal”– y su visión integradora de niños discapacitados. Denuncia irregularidades en los nombramientos de personal, muestra documentación, asegura que existe una conducción paralela en la institución, habla de legisladores corruptos y funcionarios desleales. “Siento que las tensiones internas de la escuela tienen que ver con tensiones de la sociedad que no están resueltas”, manifiesta.
Desde el Ministerio de Educación dijeron desconocer estos reclamos y que no se estudia ningún movimiento dentro de la escuela.
Con el desgaste de tener que justificar en todo momento su condición sexual, Giordano insiste en su percepción de ser centro de las miradas. “Si se rompe la bomba de agua en la escuela, es porque el director ‘es así’; si los chicos pintan los bancos, la culpa es del director que ‘es así’; si hay desorden, es por mi condición sexual. Es muy triste, muy duro. Te hacen sentir muy mal cuando te plantean un reclamo vinculado con la institución y están involucrando tu sexualidad. Es cruel y te lastima muchísimo”, reflexiona.
–¿Cómo se vive la discriminació n?
–Imaginate. Cuando uno habla del director de una escuela, todos se imaginan un señor de traje y corbata. Y entro yo, que tampoco soy la directora. No soy ni una cosa ni la otra, porque la parte externa, de alguna manera, es la que refleja tu identidad. Me siento muy vulnerable. Las miradas y las percepciones me están haciendo daño.
Siempre se sintió un marginal, como una pieza que no encaja en ningún lado: ni su psiquis en su cuerpo. Tocó varias puertas: la Secretaría de Derechos Humanos, el Ministerio de Salud de la Nación, de la Provincia, el Instituto Nacional contra la Discriminació n (Inadi), la UEPC. La respuesta, asegura, fue siempre la misma: promesas que nunca llegaron. A la Administració n Provincial del Seguro de Salud (Apross) elevará el reclamo cuando su caso ingrese a la Justicia. “Estoy como una persona que necesita un trasplante, que está en la etapa terminal. El desgaste físico, emocional, más las problemáticas familiares y laborales, es tremendo”, dice.
–¿Qué necesitás en este momento?
–Quiero internarme, aislarme. No quiero ver más a nadie. Necesito solucionar mi problema, operarme. Necesito ayuda psicológica, psiquiátrica, acompañamiento, contención, cariño. Después, poder salir y enfrentar a la sociedad; es algo que hoy no puedo.
Giordano –quien, además es docente de Formación Institucional y Ética– es por momentos tan verborrágica como concreta. “A mis alumnos les digo que hay que reclamar al Estado por nuestros derechos, dar la cara, hablar, no tener miedo... También por eso tengo que reclamar, porque soy ciudadana y pago los impuestos”.
Para Giordano, el tiempo de espera se termina. Siente que hace “portación de cuerpo” y sabe que su problema no se resuelve con una operación, sino que la adecuación sexual es un medio para mejorar su calidad de vida. “Hay mucho dolor en mi alma. Reclamo ayuda, contención”, insiste.
Los ojos de Giordano, cuya imagen es la de una señora coqueta de voz aguda, brillan al final de la larga charla. En ese momento, después de dos cafés y una barrita de cereal, recuerda sus sentimientos de niño cuando se acostaba y pedía a Dios que no lo dejara despertarse si no amanecía convertido en mujer.
A los 15 años se encerraba en su habitación esperando a que alguien le preguntara qué le pasaba, y nadie le tocaba la puerta; de adolescente, todos tenían pareja y proyectaban su futuro y él era víctima de burlas, encierro y discriminació n. Y cuando aparecieron las imparables hormonas masculinas, se negaba a hacer los mandados.
“Lloraba y pedía a Dios que me dijera cómo explicarle a mi papá que no era un vago sino que no quería que me vieran la barba porque me sentía mujer”, confiesa.
Desde entonces, no entiende los prejuicios ni que a la gente le moleste más su condición sexual que la desnutrición infantil.
“¿Qué es mejor, que siga trabajando en estas condiciones, que los chicos vean esta ambigüedad o que logre una definición con una operación y pueda ir con mi verdadera identidad de mujer?”
Luego, se ríe. “No voy a contagiar a nadie. Ningún varón se va a querer operar porque yo me opere”.
Aún el quirófano está lejos y asegura que no se va a esconder ni escapar. Cuando se le pregunta por el futuro, afirma que su vida no termina en la gestión de una escuela y admite que quizá después de operarse no pueda volver.
“Soy una persona realista y si la maduración de la sociedad no es suficiente para que yo reingrese a la institución y puedo obtener otro empleo que respete mi dignidad, mis gustos, lo voy a aceptar”.